Gral.Gregorio A. de Lamadrid.
A pesar de todos los inconvenientes, cuando se aproxima la hora de la acción, con el ejército de Quiroga colocado fuera del alcance de su artillería, Lamadrid logra estabilizar su línea de batalla. En este momento, Facundo, con una resolución que no podría suponérsele a un hombre que se encuentra enfermo como él, manda que dos de sus escuadrones se adelanten hacia los flancos del ejército de Lamadrid, quien deja que la caballería enemiga se aproxime hasta encontrarse a tiro de cañón. Manda hacer fuego sobre ella, la desorganiza y le ordena al general Pedernera que cargue, a cuyo efecto suspende el fuego de la artillería.Lamadrid, rodeado por sus ayudantes, espera el resultado de la carga de Pedernera, quien en el acto se pone en marcha. De pronto, antes de chocar con los escuadrones enemigos, Pedernera manda que los suyos hagan alto. Ante aquella maniobra inesperada, improcedente, impropia de un jefe militar que ha recibido órdenes de cargar al enemigo, Lamadrid le dice a uno de sus ayudantes:- Corra usted y dígale al coronel Balmaceda que ahora es tiempo de que cargue precipitadamente con la reserva y se lleve por delante aquel escuadrón, porque ese "alto" de Pedernera me indica que huye enseguida.En este momento, cuando la caballería de Balmaceda ya va a la carga, Facundo descubre una nueva oportunidad y manda que sus infantes hagan fuego contra la caballería de Pedernera, que se ha parado frente a sus escuadrones. Esta es la señal del desastre unitario, porque las avanzadas de Pedernera vuelven caras y tras ellas lo hace el resto, poniéndose en precipitada fuga. La última esperanza de Lamadrid es el valiente Balmaceda, coronel graduado que ha dado prueba de su valentía en cien batallas. Mas he aquí que también las tropas de Balmaceda ceden y vuelven caras, huyendo a campo traviesa, con él a la cabeza.En el otro campo, Facundo empieza a comprender que tiene la mejor parte de la contienda ganada. En éste, Lamadrid sabe que empieza la lucha llevando la peor parte. Se desconcierta primero, se desespera después y vacila sin saber qué hacer:"Mi primer ímpetu fue correr al alcance de Pedernera, derribarle de un pistoletazo, así a él como a Balmaceda y contener la tropa".Arranques dignos del temperamento de Lamadrid, pero inapropiados a las circunstancias, como él mismo lo comprende:"Mas reflexioné enseguida que algún tiempo necesitaría para esta operación y volver con la fuerza, y que la infantería, que se veía abandonada por toda la caballería, no podría menos que desalentarse, si faltaba también su general".Ahora la actitud de Lamadrid es épica. Manda que formen sus infantes, deja cincuenta de ellos al cuidado de las piezas de artillería, dispone que las bandas de música encabecen la formación, la precede él mismo, acompañado por el coronel Videla, y marcha en columnas desplegadas contra un enemigo atónito, que retrocede y se desbanda tan pronto como la infantería unitaria, integrada por veteranos de Ituzaingó, inicia sus descargas.Pero está visto que éste es un mal día para Lamadrid, pues al notar que su frente se derrumba, los jinetes de Facundo que persiguen a los de Pedernera y Balmaceda dan vuelta, cargan sobre la infantería unitaria por la espalda, y permiten que sus compañeros reaccionen, rodeando los cañones de Lamadrid, hasta apoderarse de ellos.En este momento Facundo comprende que todo depende de él, recuerda que sólo él es el alma de su ejército, y a pesar del doloroso mal que padece, monta a caballo y encabeza, aunque por breve trecho, la carga de sus llaneros. Aquí termina, prácticamente, la batalla de la Ciudadela, porque a partir de la carga que organiza Facundo todo el espíritu de sacrificio y todo el heroísmo de Lamadrid se estrellan contra la desobediencia de una tropa en derrota, sin moral, sin esperanzas de nada. A pesar de todo, Lamadrid no se entrega. Le avisan que detrás de las líneas enemigas está uno de sus escuadrones, y se dispone a salvarlo por medio de otra de sus maniobras increíbles."Resolvíme en tan desesperada situación, correr un albur atropellando el cerco enemigo con sólo mi fiel y valiente ayudante, mi hermano don Domingo Díaz Vélez y mis dos valientes sargentos, Magallanes y Ludueña, únicos jinetes que me acompañaban".Lamadrid carga contra el cerco enemigo y lo rompe. Pero ¿qué es lo que encuentra detrás? ¿Por qué aquel escuadrón, en lugar de aclamarlo, lo acribilla a balazos? Porque ese escuadrón no le pertenece a él, sino a Quiroga.
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