Los caudillos asumirían un rol de intermediación con respecto al pueblo soberano, que las minorías ilustradas de las ciudades no podrían alcanzar. Su autoridad devendría de su condición de héroe, de arquetipo humano y, al mismo tiempo, de compartir la aguerrida y dura vida militar con sus subordinados, al margen de las fracciones ideológicas que regían la época. En las presentes correspondencias, el debate gira en torno a la necesidad o no de constituir una Comisión Representativa que moderaría el poder de los gobernadores porteños frente a las demás provincias y en las diferencias entre ambos caudillos.
Tucumán, enero 12 de 1832
SEÑOR DON JUAN MANUEL DE ROSAS:
Amigo de todo mi aprecio: contestando a su favorecida del 14 de diciembre digo a usted: que el no haberle dicho nada del parecer que me pedía en su apreciable de 4 de octubre con respecto a la formación de la Comisión Representativa y de la oportunidad para la reunión del Congreso, fue creyendo que mi silencio mismo le debía hacer entender el motivo; pero ya que no lo ha comprendido se lo explicaré claro y terminante. Usted sabe, porque se lo he dicho varias veces, que yo no soy federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos constantemente pronunciada por el sistema Federal; por cuya causa he combatido con constancia contra los que han querido hacer prevalecer por las bayonetas la opinión a que yo pertenezco, sofocando la general de la República; y siendo esto así, como efectivamente lo es, ¿cómo podré yo darle mi parecer en un asunto en que por las razones que llevo expuestas necesito explorar a fondo la opinión de las provincias, de las que jamás me he separado, sin embargo, de ser opuesta a la de mi individuo? Aguarde pues un momento, me informaré y sabré cuál es el sentimiento o parecer de los pueblos y entonces se lo comunicaré, puesto que es justo que ellos obren con plena libertad, porque todo lo que se quiera, o pretenda en contrario, será violentarlos, y aun cuando se consiguiese por el momento lo que se quiera, no tendría consistencia, porque nadie duda de todo lo que se hace por la fuerza o arrastrado de un influjo no puede tener duración siempre que sea contra el sentimiento general de los pueblos(...)Saluda a usted con la consideración que acostumbra, su amigo afectísimo que besa su mano.
JUAN FACUNDO QUIROGA
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